Mañana Regreso
Tengo mes y medio despertando y ajustando la persiana para mirar una esquinita de mar mientras me tomo el té en la cama. A veces me dejo vestirme y hacer salutaciones al sol en el balcón, donde todos los días en medio de una interminable lista de to do's saco a pasear la paz en el boulevard que bordea nuestra costa, pero con la vista.
Hoy desperté y aún estaba opaco, ajusté las persianas, me hice un té, volví a la cama. Por un momento fui feliz y dije "Gracias Dios, va a llover". Luego sonó el despertador de las 5:30am -que nunca escucho- y me di cuenta que sólo era el sol que aún no había espabilado.
Tomé los zapatos de goma, una gorra, una llave y el teléfono -efecto mecánico-. Y con una sonrisota dije, dale Margarita, enamórame.
A esa hora la gente dice buenos días, saluda con la motivación de los que se saben "el clan de la voluntad", pasan bicicletas, señores de edad trotando, gaviotas... Mi corazón apuraba el paso y crecía con el olor del mar -mi termostato perdía el susto-.
Vivo en el punto medio, así que decidí irme hacia la derecha, donde hay un caserío pintoresco, donde los pelícanos revoloteaban por los niñitos que salían de sus casas con la camisa azul planchadita, la maqueta del sistema solar en anime y los zapatos llenos de arena... Me dejé llevar.
No tomé la vía de asfalto, tomé la de la tierra rojiza que se salpica de agua, una poquita que queda entre construcciones y tradición.
Maravillada por el paisaje, embarrada por la marea, saqué el celular, a ver si una foto convencía a mi papá que la isla no es igual que Caracas, que es menos mala, y que venga a respirar un poco de sal. Dos minutos después, una voz imperativa y altanera me gritaba "mire señorita usted lo que está es provocando..." [silencio milimétrico. pensamiento asesino] "...provocando que la roben, aquí sola y con lo que está haciendo" [silencio milimétrico. pensamiento resignado].
La señora, y su amiga, me iban haciendo la memoria y cuenta del hampa en la zona mientras se acercaban como rescatistas de piscina, lento pero con propiedad.
Me devolví por el boulevard. Con el espíritu boy scout golpeado y la foto sin tomar. Aumentaba el tránsito, los borrachitos despertaban -por el sol, no por vitalidad-. Olía a empanada. Ya veía mi edificio de nuevo. La gente ya no saludaba.
Decidí pasar de largo mi casa, el punto medio, e ir hacia la izquierda donde la costa se huele y se escucha pero no se ve. Quería seguir caminando. Vi un letrerito que decía playa, y como palito que busca agua, me volví a salir del camino.
La urbanización que veo con aspiración -grandota- desde que llegué, y dos ranchitos con Directv me hacían el camino. Vi el mar y la arena. Sonreí grandote. Justo cuando iba a pisar la arena suave y dejar el camino de tierra atrás, salió un perro detrás de un aviso de "se venden frescos, empanadas, tostones", y con la misma altanería, y distancia de la señora, comenzó a ladrar.
Bajé el ritmo para no irrumpir, pero nos aproximábamos como escena de carros rápidos en duelo. Llegaron dos perros más. Me detuve, ellos no.
Los perros ladrando escandalosamente y yo pensando "Estos son sapos o guardianes. Coño Carla."
Pensaba inmóvil viendo la escena como en cámara lenta. Me rodearon. Seguían ladrando. Cada vez más. Sentí los tres hocicos húmedos en mis muslos. Levanté las manos como lo hace quién se sabe desarmado y en desventaja. Como lo hace quien protesta. Y con voz fuerte y corazón de puma les dije "¡Basta pues! ¡Cállense ya!". Se callaron. No retrocedieron ni un milímetro.
No sentí miedo, sino hasta que estaba dando la vuelta para regresar. Les iba a dar la espalda, y yo no se hacer eso.
De vuelta al asfalto y dejando el mar tan cerca, pensaba en las distancias y sus ilusiones... -y en el palo de güama que tiene mi papá para salir a caminar, lo confieso-.
Una señora del clan de la voluntad me miró saltar del caminito a la acera. Se sonrió como quien reconoce la inocencia.
Me devolvía a casa mirando el barro rojo en mis zapatos blancos. "No tengo ni jabón azul". El sol se espabiló con el escándalo de los perros. Mi termostato reclamaba. Una manada de hombres se acercaba a mis espaldas, sonaban fuerte los zapatos contra el asfalto, se escuchaba el jadeo y las llaves en bolsillos apretados. Un señor, con un palo en la mano, me miró mirarlos y me dijo, aquí no se sale solo -alzando el palo y señalando con la mirada a los hombres-.
Lavé los zapatos mirando con resignación esa esquinita de mar. La tierra roja siempre deja marca, pero soy emprendedora en un país donde la gente se va. Mañana regreso.
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